viernes, 21 de agosto de 2009

Heaven

Salí del baño de aquel encantador antro y encontré a aquel maravilloso rockero sonriente y con un par de copas de más con un trozo de mi tarta de cumpleaños en la mano.
¡Felices diecinueve!

Feliz, radiante, con una sonrisa dulce, insaciable.
Se comió mi tarta, pidió al camarero una de Highway to Hell para mí, y me pidió bailarla.

Y ahí se quedó, nadie sabía quién era, ni cómo se llamaba. Nadie le había visto.
Pero yo bailé con él.

Y de vuelta a casa, descalza, con los zapatos en la mano, volví tarareando...


Hey momma, look at me, I'm on the way to the promised land!
Living easy, living free..

And I'm going down, don't stop me!



miércoles, 12 de agosto de 2009

Patera

Ahi estaban, más o menos unas treinta personas africanas dentro de aquella barcaza. Pavor, cansancio, desesperación, frustración... quizá un ligero brillo de consuelo por estar en la orilla. Al fin en la orilla.
Quién sabe lo que han vivido, cuántos días han estado acicados ahi dentro, viviendo a saber qué calamidades. Frio, hambre, SED, sol ardiente. Es difícil imaginar qué horrible debe ser cada uno de esos viajes en los que esos seres humanos se embarcan. Y porqué. Para huir, huir de la depresión del no poder avanzar, del no tener qué darle a sus hijos en la boca, de la injusticia, de la angustia. Ni me aventuro a pensar en los sueños que tienen esas personas, pero estoy segura de que añoran cada segundo que pasan lejos de su tierra, que sufren por ello. La desesperación debe ser inmensa para embarcarse en un viaje con un billete sin destino asegurado. Quizá un viaje para deambular por las calles y malvivir en alguna nave abandonada. Tal vez para ser explotados en alguna plantación, o para pasar una semana en una comisaria y después.. después regresar forzados de nuevo al comienzo. O peor, un billete a la muerte. ¡Viaje al paraíso! ¡Pasen y vean! ¡Billete a la nueva vida! ¡A la tierra prometida! Qué ironía.

¿Y a quién le importa? En nuestro día a día, a NADIE. Porque vivimos ciegos en nuestra comodidad, felices en nuestra burbuja, ajenos al sufrimiento ajeno. Pero no es nuestra culpa! No, es de la sociedad, esa que nos educa con el principio básico del egoísmo. Del YO. Qué mas da, la sociedad, la sociedad.. suena tan lejano. Si no fuera porque la sociedad somos nosotros mismos,verdad?. Todos pecamos, sin excepción.

Los turistas les miraban, toda mi playa, sí. Una pequeña playa, en un lindo pueblecito en la costa de una reserva natural en el sur de España. Todo un lujo, un verdadero paraíso, siempre y cuando tengas dinero para pagar un exagerado alquiler por una semana en algún apartamento de este, tan querido, paraíso.
La gente les miraba con una mezcla de pena, lástima. Quizá de incomodidad, ¡Ya están los inmigrantes estos otra vez!, soltó un señor acomodado en su silla.

No sé cuántos murieron, qué será de ellos, qué sienten. Sólo se que cada día que paseo por los 500 metros que tiene mi playa y llego al extremo en el que descansa sobre unas rocas la barcaza, rota, se me encoge el corazón. Me acerco, la toco. Toco uno de los agujeros, y analizo las capas de las que se compone. Es grande, por la tele parecen más pequeñitas. Me alejo de nuevo, y veo las olas romper contra ella. Pero sigue inmóvil, bien anclada en las rocas, no parece querer irse, lleva una historia, repleta de pequeñas grandes historias. No, no va a moverse de ahi, está en esas rocas para recordarnos que el día de ayer no forma parte del pasado. Es, por desgracia, una pieza más del futuro.

Sigo caminando, mientras mis pensamientos dejan de lado el sufrimiento, y vuelvo a pensar en mi. Debería ponerme crema solar y quitarme los tirantes del bikini, luego me queda marca. No me gusta la marca del bikini, es fea. Qué ganas tengo de volver a Madrid. ¡Tengo que ver a mis amigos! Ir a cenar fuera. Salir de compras.


martes, 11 de agosto de 2009

Ella.

Todo empezó la mañana de algún caluroso viernes de invierno.
Ella se sentó enfrente de mi. Un metro. Madrid. Linea 9.
Ella. Ella, era bella.

Encantadoramente natural, no ocultaba sus años con una suave coleta con la que recogía su despeinado cabello. Su ropa era sencilla, como ella. Colores pastel. Cruzó las piernas, y sus pequeños ojos azules, rodeados por unas propias arrugas, se dirigieron a su bolso. Sonrisa perpétua.

No hacía falta mirarla atentamente, desprendía un aura especial, un encanto diferente. Abrió su libro, y comenzó a leer, sin levantar la mirada, sin despegar sus ojos y su atención de cada una de las lineas que rellenaban aquel pequeño libro de bolsillo.

De pronto sonó una carcajada en todo el vagón. Era ella. Alguna combinación de palabras de aquel librillo había hecho que su emoción no se contuviera, y rió, grácilmente, sin inmutarse siquiera de que todo el mundo la miraba. Ella no estaba allí, estaba sumergida en otro mundo, buceando entre letras.

Siguió leyendo, dulce.
Bella.

Ella.


Un comienzo

8:42, Fifth Avenue.


Se posó delicadamente sobre aquel vehículo humeante, en un sutil movimiento, apenas perceptible, haciendo alarde de su dulzura, de su pequeña inmensidad. Segundos más tarde su diminuto cuerpo se alejó en el aire, bajo el impulso de sus bellas alas, dando paso al caos.


Y el ritmo frenético de aquella avenida repleta de coches volvió en sí, dejando atrás la serenidad de aquella mariposa, ya perdida en el tumulto.


8:43, El suelo de Okinawa se estremece.
.

Vuela, vuela

Parpadea